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Trabajo como camarero de hotel y tuve la oportunidad de conocer a unas maduras tan hermosas, finas y bien criadas, que antes de hacer contacto con ellas ya empecé a fantasear de si tiene que querían sexo en la ducha o en cualquier lugar de mi trabajo para tener un orgasmo rico y rápido.

G. me llamó para invitarme a tomar un café en su casa. La llamada me sorprendió, por el hecho de que jamás habíamos tenido un contacto muy directo, si bien lo cierto es que deseaba a esa mujer. Cuando llegué, me abrió la puerta vestida con una bata de caminar por casa. Eso asimismo me sorprendió, mas fingí que no me daba cuenta del detalle. He de confesar mi admiración por el cuerpo de aquella mujer, y decir que estaba verdaderamente intrigado por su llamada. Me hizo pasar al salón de su casa, y cuando estuvimos sentados empezó a explicarme que estaba sola, deprimida, que ya todo le daba igual. Yo trataba de decirle palabras de ánimo, de apoyarla y hacer que se sintiese mejor. Terminó confesando que estaba enamorada de mí y que estaba presta a someter su voluntad a mis designios.

Se abrió frente a mí un abanico de opciones enormemente prometedor. Sin titubear un instante, la cogí por la nuca y atraje su cabeza cara mi pecho, apoyándola en él. Le acaricié el pelo y la espalda mientras que me dedicaba a meditar por dónde iba a iniciar mi festival con aquella mujer. Proseguía diciéndole palabras afables para vencer más su voluntad. Ella se abrazó a mi cuerpo y mi polla empezó a ponerse dura. La calmé un tanto más, mas prácticamente enseguida la incorporé y besé sus mejillas, y ahora sus labios. Ella reaccionó abriendo la boca buscando un beso más interesante. Accedí y mi lengua halló la suya, fundiéndose las dos en un prolongado beso.

Mientras tanto mis manos no estaban quietas, y habían descorrido la bata a un lado, dejando al descubierto sus pechos preciosos, que no había dudado en empezar a acariciar. Sus pezones estaban erectos, la carne de los senos prieta, su piel erizada por el deseo. Mi boca abandonó la suya, bajando por el cuello hasta hallar el nacimiento de sus tetas, cuya superficie recorrí con mi lengua, besando y degustando su lisura. Hallé entonces los pezones, rígidos por el gozo, y los mordisqueé a placer. G. suspiraba echada la cabeza cara atrás.

Cuando sacié mi paladar con su sabor, deseé más. Terminé de quitarle la bata y descubrí los encantos de su cuerpo, vestido tan solo con una braga de encaje que transparentaba la obscuridad del vello de su sexo. Pasé una mano por entre la lona y toqué su coño, dilatado y caluroso, presto para percibir el regalo que ya tenía preparado. Ciertamente, tenía la picha dura y preparada para entrar en acción. Solo que estaba aprisionada por el pantalón. Le afirmé a G. que me desvistiera. Empezó a hacerlo poco a poco, dándome tiempo a que aun creciese más el animal deseoso que la ropa escondía. Me quitó la camisa y besó mi torso; bajó mis pantalones y quedó patente la erección, aun retenida por el calzoncillo, mas asimismo este fue retirado, y al fin quedó libre la manifestación de la naturaleza: allá estaba mi mástil en plena forma.

Solamente verlo, su reacción fue instintiva. Sorprendiéndose por el tamaño de aquel aparato que aparecía ante su vista, reculó conmovida, mas enseguida se restituyó y se dedicó a acariciarlo suavemente con sus manos, como temiendo despertar el fervor de aquel dragón. No podía imaginar qué cerca estaba de lograrlo.

Aun tenía bajo control el ansia de aquel animal recién destapado, si bien mi ser deseaba lograr los placeres de aquella hembra. El miembro latía, henchido por la alegría que el festín próximo prometía. G., junto a mí, tenía la boca abierta por la admiración que le había ocasionado la contemplación de aquel bello ejemplar. Me costo de tener una picha fantástica y es muy normal que las mujeres con las que estoy se sorprendan ante semejante manifestación de mi poderío. Ella no fue una salvedad. Proseguía con la boca abierta y aproveché para inclinar su cabeza sobre el exorbitante instrumento. No podía hacer otra cosa que dejarse llevar, obnubilada como estaba frente al descubrimiento que había hecho.

Su boca admitió en sí la punta del bálano, que de manera sabia lamió y chupó, si bien daba la sensación de que no iba a caber dado su tamaño. No obstante, la animé a que dejase que el excepcional miembro penetrara en su garganta, y poquito a poco fue tragando una gran parte de mi órgano sexual. Después de sentir el calor de su gaznate, dejé que solo la punta del capullo fuera la adjudicataria de su lengua. Era mucha su destreza en estos menesteres, y sentí gran placer con su felación. Un líquido lechoso empezó a asomar por la punta del balano, señal de que la lubricación había empezado.

Llegados aquí, le solicité que se quitara la braga y se tumbase sobre la cama, con las piernas abiertas para mí. Me tumbé a su lado y estuvimos acariciándonos un rato. Mas enseguida aprecié lo que necesitaba: debía tener a aquella mujer de manera inmediata. Ella, deseando tanto como la consumación, me sostenía la polla, acercándola a la entrada de su sexo. En el momento en que me puse sobre ella apenas debí efectuar ningún esfuerzo: sus sabias manos habían puesto apropiadamente la punta del misil en la meta de su coño, y no tuve más que empujar a fin de que se deslizase suavemente en su interior. Yo estaba mojado, estaba mojada. Los dos habíamos empezado el ritual manifestando nuestro deseo a través de líquidos sexuales propiciatorios, que ahora facilitaban la penetración. Puesto sobre G., me dediqué a follarla, y ella a percibir aquel lance con gran deleite. No tardó mucho en lograr el estado furioso del clímax. Mientras que la tenía, mis manos se habían aferrado a sus tetas, acariciándolas con gran gusto.

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